Por Alison García
Psicóloga Clínica
Después de eventos que afectan nuestras emociones, rupturas, pérdidas e incluso nuestras propias luchas, tomamos medidas que creemos que son necesarias para sobrevivir. En varios de estos casos, se busca actividades de distracción que estimulen esta falta de emoción. Cuando se trata de autoayuda, nuestra redención es el entendimiento más popular y aquí se refiere a los esfuerzos para salvarnos evitando el peligro o saliendo del peligro a nuestra manera. Hablamos de acciones concretas que cualquier persona puede realizar para evitar o reducir el sufrimiento a través de diversas actividades o pasatiempos para amortiguar el dolor ante situaciones conflictivas en un sentido de determinación y mejora para uno mismo.
Frente a este panorama, salvarse significa suprimir o reducir la fuente del dolor y lograr la completa seguridad y valentía, la superación del dolor, los límites del dolor y la auto obsesión, para alcanzar la calma, la quietud y la naturalidad de la paz mental. Esta tarea de salvarse a uno mismo, es algo que nadie hará por ti o en lugar de ti, ya que es un trabajo que, si bien lleva tiempo, es abstracto, ya que los métodos que llevamos a cabo son diversos en cuanto a la comodidad del cambio.
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Los amigos y familiares son un punto clave para lograr crear una red de apoyo en cada paso de cambio que signifiquemos; sin embargo, pueden estar hasta unos ciertos niveles de profundidad del problema ya que, en niveles últimos de profundidad, donde uno mismo y a parte del resto tienes que asumir toda la responsabilidad para evitar perderse entre tanto caos.
Salvarse a uno mismo pasa por aceptar todo eso y trascenderlo, conocerlo, reconocerlo, saberlo y poder determinar cuál es la raíz de todo y luego aceptar quiénes somos y comenzar a luchar por nosotros mismos para ser mejores, no solo por los demás, sino por ti mismo. Las habilidades despertadas y reveladas pueden permitirle a una persona lograr más de lo que nunca imaginó, pues estás lleno de energía positiva con la que puedes jugar libremente, y dejar de querer limitar todo eso que sí eres.
A veces estamos tan concentrados en cuidar a los demás que nos olvidamos de nosotros mismos y olvidamos recordar que para salvar a otros, primero debes salvarte a ti mismo. Nos enseñan desde la infancia que otras personas deben ser lo primero. Por lo tanto, entendemos que solo podemos ser felices si otras personas son felices y que para hacer eso, necesitamos quitarles sus problemas, darles lo que necesitan y decir sí cuando decidimos que es no.
Esta serie de costumbres se nos vuelven normales, pero nos desgasta y nos hace olvidarnos de nosotros mismos. Pero con el tiempo nos damos cuenta de que nos hemos convertido en seres tristes y nos apropiamos de esta preocupación constante por los demás que debilita nuestra autoestima, hace que nos descuidemos de nosotros mismos y, en última instancia, nos perjudica.
“Empezar a pensar que, si nadie nos va a salvar, tendremos que hacerlo nosotros mismos”