Por Alison García
Psicóloga Clínica
Y luego me vi feliz siendo yo, recorrí los miles de videos y fotos dentro de mi celular, donde reía, bailaba e incluso lloraba, me vi abrazada de alguien al que llevaba poco de conocer, pero me sentía segura y a pesar de que el contacto físico me cuesta a mares y no pude no preguntarme por qué me estaba costando serlo ahora, que tenía algunas de otras cosas, ¿pero otras no?
Sentí que empecé a huir, pero no sé de qué o tal vez sí, pero no lo quiero reconocer, esperando a algo momentáneo en mi vida, pero que me permití mucho, algo que no lo hago con todos, ni con los que he tenido desde años, y me parece extraño, pues sé que fue tan rápido como llegó, pero lo pienso a diario, no puedo evitar sentirme culpable, eso en mi es kryptonita total, pues me es demasiado fácil crear ese sentimiento y estoy segura que viene de mis rasgos ansiosos de sobre pensar hasta la mosca y siendo sincera ya di mil vueltas a todas las posibilidades sobre qué pude haber hecho diferente, para que él no fuera fugaz y pensarme con las expectativas que tenía que cumplir para ser “apta para él” y me cansaron bastante, y no me malinterpreten, desearía que mi forma de pensar compaginara en su mayoría, pero tal vez solo debo callarme y entender que no viene estrictamente de complacer a todos, el deber ser en las relaciones existe, y a veces lo dejamos de lado por no importunar o crear un efecto de “intensidad”, pero siendo sinceros es una tontería, pues esto viene desde un apego ansioso, y es por eso que resignificamos tanto un corazón roto, porque viene de esta constante culpa, que genera el “era mío” y no desde una posesión, sino de alguien que sentíamos tan nuestro, que estaba ahí tan presente como parte de nosotros, y ahora ya no es así.
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Quiero abordar dando un concepto básico de lo que es el sentimiento de culpa es interno y es un constante de que estás haciendo algo mal, siendo una mala persona, lastimando a otra persona, violando alguna ley, principio moral o regla. La incomodidad constante ocurre tanto en situaciones reales como imaginarias. Existe la culpa real, que es consecuencia objetiva del delito, y la culpa patológica, subjetiva o imaginada, que dificulta o imposibilita una vida normal.
Ciertamente no creemos que este tipo de caos traiga consigo situaciones de crecimiento, porque tendemos a ver el desastre, se cataloga como inestable, en el abismo de la complacencia. Me tomó años darme cuenta de que aún así daría todo, pero nunca tendré suficiente porque nuestra culpa constante hacia nosotros mismos tiende a convertirnos en víctimas, por supuesto que no hay razón para invalidar este sentimiento, pero se vuelve tan normal el creernos a nosotros mismos como los consecuentes del problema, que no nos hacemos cargo de lo que nos toca en la historia.
Me drené, drené mi ansia de amor, destruí mi dignidad, ignoré la razón. Pensé que, si hacía más, me querrían más, si era más feliz, pertenecería. Pensé que, si daba sin control, ganaría el amor de los demás. El tiempo es irreversible, di todo lo que nació conmigo, pero hoy sé que nunca es bueno ni útil dar más, al menos no a cambio de amor. Querer dar por necesidad nunca es sano, porque se da cuando algo está completo, no cuando algo falta. Creer que puedes vencer a los demás con lo que haces es una herida que sana, sobre todo porque requiere amor propio.
La culpa no puede cambiar el pasado ni la ansiedad resolver el futuro.