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No siempre hay que ser fuertes

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Por Alison García
Psicóloga clínica

No siempre se tiene que ser fuerte, no siempre hay que esperar el golpe para ser llamado a así.
Es cierto, no siempre es necesario ser fuertes; pues la mayoría de las veces, la vulnerabilidad y la aceptación de nuestras emociones también son importantes para el crecimiento personal. La fortaleza no siempre es la señal principal de una fuerza mental. En ocasiones, las cosas más hermosas surgen de la vulnerabilidad y se torna algo genuino y así permitiéndonos sentir algo positivo de nuestras emociones y aprender a aceptarnos a nosotros mismos desde una perspectiva amable y sincera.

La sociedad a menudo nos ínsita a ser fuertes, a enfrentar desafíos con valentía y a mostrar una resistencia inquebrantable, porque nos han estigmatizado demasiado a pensar que si no lo somos nos volvemos débiles. Sin embargo, en esta búsqueda constante de fortaleza, a veces olvidamos la belleza que reside en la vulnerabilidad.

La vida es compleja y viene con desorganizaciones enormes, y de repente una avalancha de experiencias nos llevan por caminos inesperados. En este escenario, la fortaleza no siempre es el protagonista principal; a veces, la verdadera elegancia se encuentra en la apertura a nuestras propias fragilidades. La vulnerabilidad nos invita a dispersar nuestras emociones, a sentir la gama completa de estas experiencias que no prevemos. El verla como una paleta de colores que enriquece nuestra existencia, permite que exploremos las profundidades de la tristeza, la alegría y todo lo que hay entre medio.

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Al abrazar esta parte a la que consideramos nos hace vulnerables, descubrimos una conexión más profunda con nosotros mismos y con los demás, pues dejamos entender que no todo el tiempo debemos permanecer positivos. Nos liberamos de la carga de tener que ser siempre fuertes y perfectos, y nos permitimos simplemente ser humanos y saber que podemos fallar. En esta libertad, encontramos una autenticidad que resuena con aquellos que nos rodean, creando vínculos genuinos como parte de esta sociedad tan diferente de lo que queremos creer que debe ser.

La vida no siempre exige un ritmo fuerte y constante; a veces, las situaciones son más conmovedoras, surgen en los momentos de suavidad y contemplación logrando que así podamos admirar el lado amable de crecer a través de opiniones que nos son parte de nosotros. La vulnerabilidad nos permite sintonizar con esta parte tan familiar y adecuada de ser quienes queremos llegar a ser en pro de lo que es bueno para nosotros, enseñándonos la importancia de la aceptación y la compasión, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás.

Así se revela una armonía interior que puede pasar desapercibida en la búsqueda constante de fortaleza. Al permitirnos sentir y expresar nuestras emociones más auténticas, descubrimos una belleza que va más allá de la fortaleza superficial y encontramos la libertad de ser verdaderamente nosotros mismos y de compartir esa autenticidad con el mundo que nos rodea.

“Sin palmaditas en la espalda por lo bien que recibo el golpe”.

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