Por Monsetrrat García
Después de una vida llena de grandes experiencias, a sus 75 años de edad, este 2 de enero de 2024, María Luisa Olalde Salazar cerró sus ojos para no volver a abrirlos, fue una mujer como pocas, no sé cómo lo hacía, pero en cada persona que conoció dejó huella indeleble.
Recuerdo que cuando yo era niña, ella siempre se involucraba en cuestiones para mejorar la escuela donde asistíamos sus hijos, en colaborar en asuntos de colonia y de Iglesia, siempre le alcanzaba el tiempo para involucrarse y hacer comunidad sin descuidar a su familia.
Mi mamá nació en la comunidad de La Laborcilla, en el municipio de San Juan del Río, Querétaro. Sólo cursó hasta tercer año de primaria, no había oportunidad para tener más estudios. Durante su infancia ayudaba a las labores del rancho: cuidar animales, sembrar, cosechar, preparar tortillas, etcétera.
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Fue en su adolescencia que debió migrar de su localidad a la Ciudad de México en busca de oportunidades laborales con la idea de aportar dinero a sus padres. Dedicó la mayor cantidad de años a ser nana, esa fue su vocación fundamental, cuidar de otros, principalmente niños y niñas, hasta que tuvo tres hijos, pero no fue suficiente, pues muchos otros niños y niñas en algún momento le habrían llamado mamá y en sus últimas décadas abu o abuelita sin serlo de sangre, además de los innumerables ahijados y ahijadas que tuvo a lo largo de su vida; en sus brazos siempre había espacio para más ahijados, hijos o nietos adoptivos.
Cuando formó su familia se estableció en el Estado de México, creó lazos de amistad prácticamente con todos sus vecinos, con algunos el lazo de amistad se convirtió en compadrazgo. Siempre tenía unos minutos para conversar con las personas, era complicado caminar con ella, pues siempre que la veían, se detenía para platicar, en muy pocas ocasiones evitaba detenerse, tendría que llevar mucha prisa. También era común que la gente la fuera a buscar y que ella siempre tuviera algún alimento para compartir.
Como adulta mayor regresa a San Juan del Río, siguiendo a sus hijos y nietos, quienes ya residían en su municipio natal. Logra establecerse en la colonia Paseos de Xhodá, donde tuvo su domicilio en los últimos años de su vida, ahí gestionó la introducción de energía eléctrica en su calle, no le gustaba el protagonismo, nunca buscó ser presidenta de colonos, sólo observaba que algo se necesitaba y buscaba la forma de conseguirlo. Otra carencia que observó en la colonia y que para ella era fundamental, fue una iglesia, en primer término consideró que era necesario crearla para que los adultos mayores de la colonia pudieran acudir, pues no había alguna iglesia cercana.
Doña María Luisa empezó a buscar un predio donde se pudiera tener misa para los adultos mayores, el licenciado Juan Carlos Alcántara le brindó la confianza y donó el predio donde ahora se encuentra la capilla de Jesús de Galilea, una capilla muy sencilla que se edificó poco a poco con limosna, gestiones y con mucho trabajo de mi mamá, quien consagró sus últimos años a este espacio donde además de las misas, se imparte el catecismo y se realizan otras actividades de la comunidad.
Entre otras cosas que implementó para su colonia, fue que se llevara a cabo una representación infantil del Vía Crucis, así como colaborar en la realización de posadas decembrinas, por lo que era impulsora de continuar con tradiciones.
Así, mi mamá aportó su granito de arena en Paseos de Xhosdá, como siempre lo hizo a donde quiera que iba. Con su partida dejó un hueco muy grande para llenar, no sólo en su familia, también en su localidad.
En mi caso, es uno de mis más grandes amores de la vida, fue mi principal ejemplo, mi compañera de vida, de viajes y sobre todo, fue mi mamita chula, hermosa, preciosa, a quien extraño profundamente, pero el consuelo que me queda es todo el cariño que recibió en su vida y que se hizo extensivo hacia sus hijos con su muerte.
Descansa en paz mamita chula, hermosa, preciosa, te llevo en mi corazón.