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¿Intentar convertir a otros en lo que imaginamos que serían?

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Por Alison García
Psicóloga Clínica

A menudo, creemos que nuestras ideas, valores y formas de vida son las correctas o superiores a las de otros por qué es lo que conocemos. Como resultado, queremos que los demás se alineen con nuestras creencias para validar nuestra propia perspectiva del mundo, dejando de lado su individualidad.

La raíz de esta tendencia puede residir en nuestra propia inseguridad y necesidad de control. Al proyectar nuestras expectativas sobre los demás, buscamos validar nuestras propias creencias y elevar nuestra autoimagen. Sin embargo, esta búsqueda de validación a expensas de la libertad y la autenticidad de los demás es una trampa que solo nos atrapa en un ciclo de insatisfacción y alienación de forma repetitiva. El deseo de controlar nuestro entorno y las personas que nos rodean puede llevarnos a querer moldear a los demás según nuestras propias preferencias y expectativas.

Imponer nuestras visiones sobre los demás es un acto de arrogancia que niega la singularidad y autonomía de cada individuo. Al hacerlo, invalidamos las experiencias y aspiraciones de los demás, dañando su autoestima y sentido de identidad. Además, al centrarnos en nuestra propia visión, perdemos la oportunidad de apreciar y aprender de la diversidad de pensamientos y perspectivas que enriquecen nuestra sociedad.

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En lugar de intentar convertir a otros en versiones que deseamos hubieran sido, debemos cultivar un ambiente de aceptación y respeto mutuo. Esto entonces implicara reconocer y celebrar la diversidad de experiencias y perspectivas que hacen que cada individuo sea único y no creado expectativas de lo que insertamos como el “debería ser” que hasta cierto punto es conveniente para nuestra relación e interacción con ellos. Al hacerlo, fomentamos un sentido de pertenencia y conexión genuina que trasciende las barreras impuestas por nuestras propias limitaciones.

A veces, nuestra incapacidad para comprender las perspectivas y experiencias de los demás nos lleva a tratar de ajustarlos a nuestra propia comprensión del mundo. La presión de la sociedad o de nuestro entorno puede influir en nuestras expectativas sobre cómo deberían ser los demás, y podemos intentar que se ajusten a esas expectativas para encajar o para evitar el juicio social.
La verdadera libertad y autenticidad solo pueden surgir del respeto y la aceptación mutua.

Al liberarnos de esta imposición tan abrupta, podemos abrirnos a la belleza y la riqueza de la diversidad humana en las que estamos colocados. Solo entonces podremos experimentar la plenitud de nuestras relaciones y contribuir a la creación de un mundo más inclusivo y compasivo para futuras generaciones, a la par de tener esta oportunidad sana dentro de la sociedad de dejar de imponer y que nos impongan una visión diferente de a la que elegimos como parte de nuestra vida.

Hay que ver a las personas como lo que son, no por lo que podrían ser y así dejar de intentar convertirlos en quienes imaginaste que serían para tener una visión más amplia de identificar las virtudes de manera natural y autentica de otros.

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