Por Alison García
Psicóloga Clínica
*Vivimos en una cultura donde se valora más la rapidez y la facilidad, que el trabajo duro y la dedicación a largo plazo
En la sociedad contemporánea, hemos caído en la trampa de romantizar el mínimo esfuerzo. Esta tendencia se manifiesta en varios aspectos de la vida cotidiana, desde el trabajo hasta las relaciones personales, donde la complacencia se presenta como una virtud y la búsqueda constante de la excelencia se ve socavada por una mentalidad de gratificación instantánea.
Caemos en la romantización del mínimo esfuerzo por una serie de razones complejas. En parte, se debe a la búsqueda constante de comodidad y gratificación instantánea que caracteriza a la sociedad actual. Vivimos en una cultura obsesionada con la eficiencia y la conveniencia, donde se valora más la rapidez y la facilidad que el trabajo duro y la dedicación a largo plazo. Además, la tendencia de las redes sociales ha exacerbado este fenómeno al proporcionar acceso inmediato a una variedad infinita distracciones y que actualmente sirven como un diseño de lo que la vida debería ser, lo que hace que sea aún más difícil resistir la tentación de buscar resultados rápidos y sin esfuerzo.
El mínimo esfuerzo se ha convertido en una norma aceptada en muchas esferas de la vida en este momento. En el ámbito laboral, por ejemplo, se promueve la idea de trabajar lo menos posible para obtener el máximo beneficio. Esto se refleja el concepto de “hacer más con menos”, a menudo a expensas del bienestar de los empleados y la calidad del trabajo producido. Esta mentalidad puede llevar a la mediocridad y la falta de innovación, ya que las personas se conforman con lo mínimo necesario para cumplir con sus responsabilidades.
Sugerencia: Estrés innecesario
En el ámbito de las relaciones personales, también se observa esta tendencia. La era de las aplicaciones de citas y las redes sociales ha fomentado una cultura de gratificación instantánea, donde las conexiones superficiales y efímeras a menudo se valoran más que las relaciones profundas y significativas que requieren tiempo y esfuerzo para desarrollarse. La idea de comprometerse y trabajar en una relación se ha vuelto menos atractiva en comparación con la búsqueda constante de la novedad y la emoción.
El mínimo esfuerzo tiene consecuencias perjudiciales tanto a nivel individual como social, pues a nivel personal, promueve la procrastinación y el estancamiento, impidiendo el crecimiento y el desarrollo personal. Las metas ambiciosas y los sueños se ven relegados a un segundo plano en favor de la comodidad y la evasión del esfuerzo necesario para alcanzarlos.
En lugar de romantizar el mínimo esfuerzo, debemos abogar por el esfuerzo y la dedicación. Esto implica reconocer y valorar el trabajo arduo y la persistencia como fin de éxito y el crecimiento personal. Solo al desafiar constantemente nuestros límites y esforzarnos por alcanzar nuestro máximo potencial podemos alcanzar verdaderamente la realización y la felicidad en nuestras vidas.
Caemos en la romantización del mínimo esfuerzo porque es más fácil ya que no requiere un esfuerzo mayor y menos doloroso que enfrentarnos a la realidad de que el éxito verdadero y duradero requiere trabajo duro, sacrificio y dedicación.
“Florecer conlleva pasar por todas las estaciones”