Por Alison García
Psicóloga Clínica
*Saber que no somos eternos implica aprender a soltar
Nos volvemos instantes tan simples como pudiera ser un abrir y cerrar de ojos, pues esperamos que, al estar aquí hoy, ya estamos dejando una huella tan profunda que jamás podríamos ser olvidados, ni mucho menos reemplazados, y si bien cada ser humano como único e irrepetible se ve como alguien que no es para siempre, con esto quiero referirme que quizá no podremos estar en la vida de otros una eternidad como quisiéramos o como por lo menos lo esperaríamos.
Las personas entran y salen de nuestras vidas, como hojas arrastradas por el viento, dejando huellas que a veces son profundas y otras, ligeras como una brisa. Esta temporalidad puede ser dolorosa, pero también es una oportunidad para crecer y aprender. Cada encuentro tiene un propósito. Algunas personas llegan para enseñarnos lecciones importantes, otras para acompañarnos en un tramo del camino, y algunas para compartir momentos de alegría y tristeza. Sin embargo, con el tiempo, nuestras rutas pueden divergir, y debemos aceptar que no todos estarán con nosotros para siempre.
Aceptar que nada es para siempre nos enseña a valorar cada sonrisa, cada mirada, cada instante compartido con aquellos que amamos. Nos recuerda que las dificultades pasarán y no tendrán una duración tan exacerbada como pudiéramos creer, así como las tormentas siempre dejan lugar a la calma. Nos anima a soltar lo que ya no es, a abrir el corazón a lo que está por venir y nos espera. A través de nuestras acciones, palabras y gestos, podemos influir en el corazón de los demás, inspirándolos y acompañándolos, incluso cuando ya no estemos cerca. Esa es la verdadera esencia de nuestra existencia: dejar una huella de amor, bondad y esperanza.
Sugerencia: Autocuidado
Saber que no somos eternos también implica aprender a soltar. Soltar no significa olvidar, ni ignorar lo que se ha vivido con esas personas, sino liberar con gratitud y amor a nosotros mismos del recuerdo y que esa persona también pueda tomar in rumbo distinto. Significa reconocer que cada relación tiene su tiempo y lugar, y que aferrarnos al pasado solo nos impide avanzar. En la despedida, hay una promesa de renovación, de nuevos comienzos y de oportunidades para descubrir nuevas conexiones.
En la permanencia se encuentra la belleza de la vida. Es el motor que nos impulsa a soñar, a crear, a transformar. Saber que nada dura eternamente nos da la libertad de abrazar el presente, de construir recuerdos que, aunque fugaces, perdurarán en nuestra memoria y en la de quienes nos rodean. Nos recuerda que la vida es un constante flujo de encuentros y despedidas, y que cada adiós es también una bienvenida a nuevas experiencias.
Nada es para siempre, y precisamente por eso, cada instante es un tesoro. Vivamos con la certeza de que, aunque el tiempo avance y todo cambie, lo que realmente importa es la huella que dejamos en el corazón de los demás y la manera en que amamos y vivimos cada día.