Por Alison García
Psicóloga Clínica
Las emociones son una parte fundamental de lo que nos hace humanos. Son reacciones naturales ante diferentes estímulos que nos permiten interpretar el mundo que nos rodea y responder a él. Sentir enojo, tristeza, miedo o alegría es completamente válido y necesario para nuestro bienestar emocional. Las emociones no son algo que podamos controlar a voluntad; simplemente surgen como respuesta a nuestras experiencias y pensamientos ante los diversos escenarios en los que podamos encontrarnos mientras vamos creciendo.
Sin embargo, lo que sí está bajo nuestro control es la manera en que respondemos a esas emociones. Aunque las emociones son automáticas, el comportamiento que elegimos adoptar como resultado de ellas no lo es. Aquí es donde entra la responsabilidad personal: sentir enojo es válido, pero reaccionar con violencia no lo es. Sentir tristeza es comprensible, pero permitir que nos consuma al punto de dañar a los demás o a nosotros mismos no es el camino indicado para reaccionar.
Ser conscientes de nuestras emociones y aprender a manejarlas de manera saludable es un proceso esencial para el crecimiento personal. Validar nuestras emociones nos ayuda a no reprimirlas ni negarlas, pero también debemos aprender a actuar de manera que no causemos daño ni a nosotros mismos ni a los demás teniendo el poder de control emocional. Esto implica encontrar formas adecuadas de canalizar lo que sentimos: hablar, reflexionar, buscar apoyo o simplemente darnos el tiempo necesario para procesar lo que estamos experimentando.
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Mientras que nuestras emociones siempre son válidas y legítimas, el comportamiento que elegimos a partir de ellas es lo que determina el impacto que tendrán en nuestras vidas y en las de los demás. El comportamiento adquiere una importancia con gran peso porque, aunque no podemos controlar nuestras emociones, sí tenemos control sobre nuestras acciones. En otras palabras, el comportamiento es la forma tangible en que expresamos y manejamos lo que sentimos. Esto significa que nuestras decisiones y acciones son el resultado de cómo interpretamos y respondemos a nuestras emociones.
El comportamiento es lo que afecta a nuestro entorno, nuestras relaciones y nuestra propia vida de manera directa. Por eso, aunque todas las emociones son válidas, no todas las formas de expresarlas lo son y podemos no percatarnos de eso. La importancia del comportamiento radica en su impacto: si bien sentir enojo, tristeza o frustración es completamente natural, cómo actuamos frente a esas emociones es lo que determina si estamos resolviendo problemas o creando nuevos.
En este sentido, el comportamiento se convierte en el área en la que tenemos más poder. Es donde podemos elegir la compasión sobre la agresión, la paciencia sobre la impulsividad, y la reflexión sobre la reacción automática. Aprender a gestionar nuestras emociones no significa negarlas, sino encontrar maneras saludables de expresarlas a través de nuestro comportamiento, de modo que no causen daño a los demás ni a nosotros mismos.
Por tanto, la importancia del comportamiento es que representa nuestra capacidad para transformar lo que sentimos en acciones constructivas y responsables.