Alison García
Psicóloga Clínica
En la vida, no todo es blanco o negro. Existen matices, zonas grises en las que habitan personas que no tienen malas intenciones, pero que, aun así, terminan causando daño a otros con sus acciones. No son villanos, no son crueles, no disfrutan del sufrimiento ajeno. Son simplemente humanos, con sus propias heridas, miedos, limitaciones y formas de ver el mundo diferente como cada uno sabemos hacerlo. A veces, sin querer, sin darse cuenta, hieren a otros.
Hay quienes aman mal porque les enseñaron de esa forma y es lo que conocen. Quieren, pero no saben cómo cuidar o no se han permitido aprenderlo. Creen estar haciendo lo correcto, pero lo hacen desde un lugar roto e incompleto. Confunden control con protección, distancia con respeto, silencio con paz. No buscan hacerte daño, pero lo hacen porque no han aprendido a amar de una forma sana. Porque arrastran patrones que nunca cuestionaron o porque están tan ocupados sobreviviendo que no se dan cuenta del efecto que tienen en los demás.
También están quienes no saben comunicarse, quienes huyen en vez de enfrentar, quienes lastiman con sus palabras porque no saben cómo expresar su dolor de otra forma. O quienes actúan por impulso, dejándose llevar por emociones que no saben manejar o controlar. Y después se arrepienten, pero el daño ya está hecho y no hay vuelta atrás a las acciones tomadas. No fueron maliciosos, solo inconscientes. Y la inconsciencia, aunque no sea maldad, puede ser muy destructiva.
Sugerimos: “Un clavo saca a otro clavo”: Consuelo o una venda en los ojos
Incluso hay quienes simplemente no tienen la capacidad emocional para estar en la vida de otros de manera responsable. No son malas personas, pero son inestables, inmaduras o egoístas sin saberlo. Te fallan porque no pueden sostener lo que prometieron y les incomoda admitir que fallaron. No porque quieran hacerte daño, sino porque no pueden darte lo que necesitas. Y eso, aunque no venga de un lugar con dolo, duele igual.
Esta parte nos ayuda a entender que no todo el que hiere es un enemigo o no deberíamos verlo de esa forma, pero también nos invita a poner límites propios y con otros. Porque el daño no deja de doler solo porque no hubo mala intención. A veces hay que alejarnos de quienes nos lastiman, aunque los entendamos o tratemos de ser empáticos. Aunque los perdonemos. Porque querer no siempre es suficiente, y comprender no siempre es sinónimo de permitir.
Hay gente que no es mala, pero hace daño. Y eso nos recuerda que la responsabilidad emocional va más allá de las intenciones. Va de hacerse cargo, de mirarse hacia adentro, de aprender a no proyectar en los demás lo que aún no sanamos. Va de crecer para no seguir lastimando sin querer.
Porque sí, todos podemos causar daño. Pero lo importante es lo que hacemos después de darnos cuenta. Algunos se quedan igual, justificándose. Otros cambian, aprenden, piden perdón. Y esa es la diferencia entre quedarse en la ignorancia emocional y evolucionar hacia un amor más consciente.