Por Alison García
Psicóloga Clínica
Conforme vamos creciendo y todo va evolucionando internamente y alrededor de nosotros entramos en un desbalance tanto emocional como laboral que te va a desestabilizar de tal manera que la sensación de ansiedad no te deje conciliar el sueño.
Es una sensación inquietante. Como si los días pasaran demasiado rápido, como si las semanas se diluyeran sin dejar huella, como si el año apenas hubiera comenzado y, sin embargo, ya estamos en abril, junio, octubre… De pronto te das cuenta de que el tiempo se ha ido, y no sabes muy bien en qué momento exacto sucedió, ni cómo es que llegaste hasta el día de hoy. Esa sensación, aunque parezca extraña, es profundamente humana y cada vez más común.
Vivimos en una era de velocidad. Todo se mueve rápido: la información, las exigencias, las expectativas. Estamos constantemente conectados, pero muchas veces desconectados de nosotros mismos. Las rutinas se vuelven automáticas, los días se repiten, y cuando no hay algo que marque una diferencia emocional, nuestro cerebro tiende a comprimir esos recuerdos. Esto genera una especie de vacío en la memoria reciente, y lo que sentimos es que “el tiempo se nos fue sin darnos cuenta”.
Sugerimos: Vas a perder tanta gente como sea necesario para que tú avances a pesar de ellos
También influye la manera en que percibimos el presente. Muchas personas viven enfocadas en el futuro: en lo que falta por hacer, en las metas que aún no se alcanzaron, en la presión por “llegar” a algún lugar que no siempre está claramente definido. Otras se quedan atadas al pasado, repasando errores, nostalgias o caminos que ya no pueden recorrerse. En ambos casos, el presente, y el único tiempo real que tenemos se pierde entre pensamientos. Y si no habitamos el presente con conciencia, es como si no lo viviéramos realmente. Por eso, al ver hacia atrás, no recordamos los días, sino solo algunos momentos sueltos, y todo lo demás parece haberse desvanecido.
Además, cuando sentimos que no estamos alineados con lo que realmente queremos, el tiempo duele más. Puede ser que estés haciendo muchas cosas, pero pocas que te hagan sentir vivo de verdad. Puede que cumplas con todo lo que se espera de ti, pero sin sentir que estás creciendo, aprendiendo o disfrutando. En esos casos, el tiempo no solo pasa rápido, sino que pesa. Y la sensación de estar “perdiéndolo” se vuelve casi insoportable.
Entonces, ¿Qué hacemos?
No podemos detener el tiempo, pero sí podemos cambiar la forma como vivimos. Estar más presentes, incluso en las pequeñas cosas. Salir de la rutina cuando sea posible, buscar nuevas experiencias, aunque sean simples. Hacer espacio para lo que nos importa de verdad, aunque sea un poco cada día. Ser más conscientes de que no todo lo urgente es importante. Y, sobre todo, escuchar lo que esa sensación nos está diciendo. A veces no es solo que el tiempo se va… sino que hay partes de nosotros mismos que quieren despertar, que piden ser vistas, valoradas, vividas.
Porque el tiempo pasa, sí, pero lo que verdaderamente nos duele no es que pase, sino sentir que no lo estamos utilizando como quisiéramos.