Por Alison García
Psicóloga Clínica
El amor genuino es un sentimiento profundo y sincero que se caracteriza por el desinterés, la autenticidad y la entrega. Es un amor que no busca poseer ni controlar, sino que se basa en el respeto mutuo, la aceptación y el deseo de ver al otro feliz, incluso si eso implica sacrificios personales.
Este tipo de amor es incondicional, lo que significa que no depende de circunstancias externas o de lo que la otra persona pueda ofrecer a cambio. Es un amor que se manifiesta en acciones, en el cuidado y en la preocupación por el bienestar del otro, sin esperar nada a cambio. El amor genuino también implica la capacidad de aceptar y amar a la otra persona tal como es, con sus virtudes y defectos, sin intentar cambiarla.
No es el amor que se basa en promesas vacías o en ilusiones pasajeras, sino en la conexión profunda que surge cuando dos almas se encuentran y deciden caminar juntas, sin reservas, sin máscaras. Este amor no busca moldear al otro a su conveniencia, ni espera recibir más de lo que está dispuesto a dar. Es un amor que entiende la fragilidad humana y, a la vez, celebra la fortaleza de ser auténtico.
Cuando amamos genuinamente, no amamos por lo que el otro nos ofrece, sino por lo que somos capaces de construir juntos. Es un amor que no depende de las circunstancias, sino que florece en medio de ellas. Acepta los días grises y los momentos difíciles, porque sabe que estos también forman parte del viaje compartido. Este amor no es ciego; ve los defectos, las imperfecciones, y elige amar a pesar de ellas, o quizás, precisamente por ellas.
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El amor genuino es libre. No ata ni encierra, sino que da alas para volar y crecer. Comprende que el verdadero amor no aprisiona, sino que libera. Y en esa libertad, se fortalece. Es un amor que escucha y aprende, que se adapta y se renueva con el tiempo, porque entiende que el amor es un proceso continuo, no un destino final.
El amor genuino no se mide por el tiempo que pasa con esa persona si no con la calidad de los momentos que compartes. Sin embargo, lamentablemente y hasta cierto punto vivimos en una época donde todo parece ir a una velocidad en un abrir y cerrar de ojos. El trabajo, las obligaciones, y hasta las relaciones se ven atrapadas en un ciclo de rapidez que nos empuja a seguir adelante sin detenernos a reflexionar, ni racionar sobre nuestras acciones. Pero, ¿Qué es el tiempo realmente? ¿Es un enemigo que nos persigue o un aliado que nos acompaña?
El tiempo, en su esencia, es neutro, pues no es ni bueno ni malo. Es un recurso finito que se nos otorga al nacer y que, inevitablemente, se nos arrebatará un día sin esperarlo, pero sabiendo que podrá pasar. Lo que hacemos con él es lo que define su valor y el aprovechamiento que le otorgamos.
Podemos desperdiciarlo en preocupaciones sin sentido, en rencores que no nos conducen a ningún lado, o podemos invertirlo en lo que realmente importa: en las personas que amamos, en los sueños que queremos alcanzar, en los momentos que nos hacen sentir vivos y provechosos.