Por Monsetrrat García
La mañana de ayer desperté algo molesta, soñé que visitaba la escuela primaria donde estudié, iba acompañada con una amiga, nos dirigíamos hacia un puente peatonal desde el cual era posible ver a los niños y niñas en el patio durante el horario de recreo, al parecer íbamos a ver a nuestras hijas, pero en el camino me encontré con una pequeña de alrededor de cuatro años sentada en una banca, tenía una blusa rosa, pantaloncillos negros, cabello un poco largo, castaño obscuro, amarrado con una coleta y un flequillo; mi amiga y yo caminábamos apresuradas, pero al darme cuenta que la niña estaba sola, dije a mi amiga que avanzara y que en un momento la alcanzaría; le pregunté a la pequeña por sus papás y si estaba perdida, ella me contestó que sí, mientras balanceaba sus pies con zapatos negros escolares con correa y calcetas blancas; con un rostro completamente calmado y confiado, dijo que no se movería de ese lugar porque sus papás siempre le decían que si se perdía alguna vez, regresara al último sitio donde los vio y ellos volverían recorriendo el mismo camino por donde pasaron; en mi sueño decidí esperar con ella y llamar al 911, luego… desperté. Mi molestia al despertar, fue debido a que me acordé de una ocasión en la que me perdí en algún lugar del estado de México cuando tenía seis o siete años. Mientras arreglaban un vehículo en el que viajábamos con familiares, mi hermano mayor y yo fuimos a una tienda a comprar dulces, pero mi hermano compró y salió corriendo, me dejó ahí y al terminar de comprar salí y tomé el camino contrario de donde veníamos, así que caminé mucho, corrí, luego regresé, sin encontrar la calle donde estaban mis papás, estaba muy angustiada, mientras lloraba, avanzaba y, en un momento, las lágrimas me impidieron la visibilidad, torpecé y caí, me quedé llorando amargamente, tirada en la banqueta, por fortuna, un policía me vio, me levantó y me llevó a su patrulla; mientras me hacía preguntas, el oficial me dio un chicle para que me calamara, recuerdo que era un chicle verde, creo que el policía ya tenía el reporte de mi extravío, porque se comunicó por radio y no tardamos en llegar hasta donde estaban mis papás; el policía me bajó de la patrulla y, tomada de la mano, me llevó hasta donde estaba estacionado el carro donde ya me esperaba mi familia; me daba risa cada que recordaba el momento en que vi a mi papá acercarse hacia mí y, en lugar de abrazarme y llorar juntos por el reencuentro, tipo clásica telenovela mexicana, lo primero que hizo fue darme un coscorrón, tipo El Chavo del 8, y me dijo “órale, súbase al carro”, ¿Qué le vamos a hacer?, esa generación de papás nos tocó; creo que fue un coscorrón, cuyo mensaje era “póngase abusada y no se vuelva a perder”, pero no funcionó, a lo largo de mi vida me he perdido muchas veces, me desoriento muy fácil. En el momento que desperté la mañana de ayer, por primera vez me molesté con ese recuerdo, porque creo que ese coscorrón no me lo merecía, en todo caso, se lo debieron dar a mi hermano, nunca he hablado con él sobre esto, así que no sé si se lo dieron; también merecían un coscorrón mis papás, era su obligación cuidarme. Luego de horas después de seguir recordando ese episodio de mi vida y el sueño, caí en cuenta que esa niña sentada en la banca era yo, si la volviera a ver, le diría que durante toda su vida se va a perder muchas veces, pero siempre encontrará el camino; aunque por la calma que mostraba, creo que ella ya lo sabía.
P.D. Ese día, el policía fue mi héroe, por él sé que no todos los oficiales son malos.
